Cuando un bebé decide explorar el mundo, no hay miedo que lo detenga. No es raro el niño que se baje de la cuna sin ningún temor (aunque se haya caído antes en el intento). Sin embargo, a medida que pasa el tiempo, comienza la desconfianza y se activa el sentido de alerta. ¿En qué momento pasa esto? ¿Qué despierta ese miedo?
Expertos de las Universidades de Kioto (Japón) y California en Berkeley (Estados Unidos), decidieron investigar por qué alrededor de los 9 meses comenzamos a temer a las alturas. Después de realizar varios experimentos con bebés en proceso de empezar a gatear, llegaron a la conclusión de que a medida que nos desplazamos más, comenzamos a valernos más de la información visual para movernos por un ambiente. Esa información es proporcionada por la visión periférica (gracias a la que podemos detectar objetos en un cono de hasta 160º). El miedo a las alturas se desarrolla más en aquellos que tuvieron malas experiencias durante esos primeros desplazamientos.
No somos los únicos que experimentan miedo a las alturas. Los científicos han encontrado que le pasa a muchos otros mamíferos. Algunos pueden vencerlo fácilmente pero para otros se convierte en un verdadero sufrimiento. Los que tienen un miedo exagerado a las alturas padecen acrofobia, trastorno incluido dentro de las fobias específicas, que de ser diagnosticado, requiere tratamiento profesional.
Muchas veces, utilizamos erróneamente el término vértigo para describir el miedo a las alturas (tal vez se lo debemos a la cinta de Alfred Hitchcock), sin embargo, son distintos. El vértigo es una sensación de movimiento o giros y los que lo experimentan en verdad sienten como si estuvieran moviéndose o el entorno girara a su alrededor. Se presenta, por ejemplo, después de un cambio brusco de posición, sin tener relación forzosa con la elevación. Las sensaciones que se experimentan con el miedo a las alturas son más bien de desvanecimiento y se engloban en los cuadros de mareos.
El miedo a las alturas suele tratarse con técnicas de relajación y/o terapias de habituación progresiva. Recientemente, investigadores de la Universidad de Basilea, en Suiza, encontraron que el cortisol, hormona del estrés, puede resultar benéfico.