No se si recordáis la historia, pero en 2011, Kjerstin Gruys, una estudiante del Doctorado en Sociología en la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA), comenzó los preparativos de su boda de una forma muy peculiar. Seis meses antes del enlace decidió que viviría el proceso sin ver su reflejo. Sí, Gruys renunció a los espejos y su aventura duró un año. Compró el vestido unos días antes y permitió que ese día la maquillaran y peinaran sin emitir opinión. Se casó a ciegas. Meses después de concluido el experimento, vio las fotos de su boda.

Interesada profesionalmente en la obsesión con la belleza, cubrió los espejos y objetos que podrían devolverle su imagen reflejada y solo utilizó los retrovisores de su auto (para conducir). No se permitió ver fotografías en las que apareciera y aprendió a maquillarse de forma sencilla para el día a día.

La experiencia de Gruys está reseñada en su libro «Mirror, Mirror Off the Wall: How I Learned to Love My Body by Not Looking at It for a Year.» Ella fue una de las pioneras de la tendencia conocida como ayuno de espejo (mirror fasting), que se gestó en internet y recibió gran atención mediática. Personas de diversas nacionalidades y naturalezas, deciden alejarse de su reflejo por un periodo de tiempo, de un día a un año y utilizan sus sitios web y redes sociales para compartir su experiencia.

Hubo defensores del método que aseguraban que era un gran ejercicio para repartir la atención entre diversos aspectos al no dedicar la mayor parte a la propia imagen. No verse para verse claramente. Hubo también los que se opusieron al movimiento como Tyra Banks asegurando que el espejo no es un enemigo (claro, para ella es sencillo decirlo).

El ayuno de espejo puede ser un experimento divertido e interesante para descubrir cuántas veces al día estamos frente a un objeto que nos devuelve nuestra propia imagen, qué importancia le damos a vernos, cómo nos sentimos sin hacerlo, etc. Pero ciertamente, para resolver problemas de autoestima o resolver un conflicto con nosotros mismos, no es la mejor solución. Mejor que huir del espejo es aprender a querer y aceptar el reflejo que nos ofrece.

La obsesión con nuestros defectos físicos, sean reales o solo vivan en nuestra mente, puede desencadenar un trastorno mental (Trastorno dismórfico corporal) que afecte nuestra calidad de vida. Si el espejo te obsesiona y decides renunciar a él, hazlo, pero no dejes de buscar ayuda profesional.

Y tú, ¿renunciarías al espejo?