Si, si, ¡el color de los ojos y el lunar! , estás harto de oírlo desde que tienes uso de razón. Pero no, no es eso. Lo del señor de los chicharos (Mendel) ya lo tenemos todos más o menos claro, sí, pero ahora te pregunto por ese «temperamento», el de la valoración final, el que hace que te des cuenta por si todavía lo dudabas un poco, que has pasado al lado adulto de la fuerza.
Cuando nacemos son todo que si las orejas de su padre, el genio de su madre (aunque realmente eran gases o hambre), la mala….de su abuela, miiiiraaaa esa manchitaaaaa, ¡es igualita, igualita!. Vale, el juguete es nuevo, ya se cansarán. Llega la adolescencia y más que comentario, ya se pasa a las miradas y las caras porque todo el mundo lo tiene claro, tú no quieres parecerte a ninguno, en cuanto detectan algo se lo callan y se miran «ojipláticos», (creen que puedes extirpártelo si te lo dicen, ¿sabes?, pobres, tienen miedo), ¡oye! y que a veces parece que se están aguantando la risa y todo… y por fin, no se sabe cómo, llega ese día (puede que sonriendo o ladeando la cabeza) te sueltan; ¡Cómo te pareces a tu padre!
Y ahí estás tú entre mosca y alucinando porque aquello que no podías, no podías y no podías soportar…es eso que les hace reír tanto porque ¡sois iguales!. Cómo es posible que yo ponga ese gesto, esa actitud, tenga esa manía…te preguntas.
Con sus errores y sus aciertos, tanto si supieron expresarnos mejor su amor o no, con rencores o sin ellos, parecidos o no … ¿le has dicho a tu padre que le quieres?
No esperes a que se vaya para ver lo bueno. Dile que guardas sus enseñanzas.