El condón es una barrera de protección que ayuda a reducir el riesgo de contagio de infecciones de transmisión sexual, y las posibilidades de un embarazo no deseado. Utilizarlo es recomendable siempre y cuando se sigan ciertas medidas: que no haya caducado o se haya pinchado accidentalmente, dejar espacio en la punta para el semen, usar suficiente lubricación, etc. Parecería una obviedad pero lo cierto es que lo ideal también es que el profiláctico sea nuevo.

Por extraño que pudiera parecer (como lo son muchos aspectos de la sexualidad humana), hay personas que sienten fascinación por los condones usados. Vincent Tremayne, profesional de la salud y autor británico, ha estudiado el fenómeno desde hace tiempo y asegura que en ocasiones basta un video o una imagen de alguien utilizando un condón usado (ya sea para masturbarse, reusarlo o consumir el contenido) para que se genere placer entre los que han adoptado este fetiche.

Los adeptos a esta práctica suelen buscarlos en baños públicos o conseguirlos por internet (hay cientos de páginas dedicadas a la venta de profilácticos usados). Aunque algunos piensan que es una práctica poco riesgosa, lo cierto es que involucra varios peligros. Hay estudios que han encontrado que el virus del VIH puede sobrevivir durante algún tiempo mientras el fluido corporal no se seque (como sucede en las jeringas). Sucede lo mismo con la chlamydia trachomatis, bacteria que causa la infección de transmisión sexual bacteriana más común, la clamidia.

Al igual que el bugchasing (tener relaciones sin protección con portadores del VIH) y algunas parafilias peligrosas como la necrofilia o la autoasfixia erótica, el fetiche de condones usados lleva un componente autodestructivo e irónico. Podría acabar haciéndote daño algo que idealmente debería servir para protegerte.