«El Ciudadano Kane», la obra maestra de Orson Wells y considerada por muchos como la mejor película de la historia, está inspirada en un personaje real, el magnate de los medios, William Randolph Hearst. En 1974, su nieta Patricia, fue secuestrada por un grupo llamado Ejército Simbiótico de Liberación. Durante los siguientes días, los guerrilleros faltaron a su compromiso de liberarla a pesar de haber recibido más de 6 millones de dólares de la familia.
Dos meses después del rapto, una fotografía de la heredera dio la vuelta al mundo. No, no era la típica imagen con el periódico del día y signos de desesperación en el rostro; Patricia participaba en el atraco a un banco llevando una boina y una carabina en las manos. Se había aliado a sus captores y ahora formaba parte de la banda.
El de Patricia es quizá el caso más famoso de Síndrome de Estocolmo, como es conocido el fenómeno psicológico en que un rehén desarrolla empatía, simpatía e incluso afecto por su captor. Fue llamado así por el criminólogo sueco Nils Bejerot, inspirándose en las víctimas de un secuestro a un banco local, que se negaron a declarar en contra de sus raptores.
El Síndrome de Estocolmo suele desarrollarse a partir de una situación traumática como es un secuestro, pero también se da en relaciones de pareja y entre miembros de sectas.
Algunos factores que influyen:
- Una relación poco equilibrada en la que una parte da instrucciones y la otra las realiza.
- Un fuerte instinto de supervivencia en la víctima.
- Amenaza física o de muerte por parte del captor.
El aislamiento provoca que la víctima pierda perspectiva sobre el asunto y al convencerse que no tiene escapatoria, entiende que la forma de sobrevivir es adoptando las reglas del secuestrador. Lo estudia e intenta conocerlo para poder utilizar esa información en su favor. Es posible también que interprete la falta de violencia o algún gesto noble como un gran acto de bondad y entonces, comience a parecerle menos amenazante.
El Síndrome de Estocolmo se trata, al igual que otros trastornos de estrés postraumático con fármacos y psicoterapia. En la mayoría de los casos, el pronóstico es positivo.