Dicen que el día que tienes un hijo te das cuenta de cuanto te quieren tus padres. Es un amor indescriptible, incondicional, por el que daríamos la vida. Siendo esto tan cierto, qué difícil es entender cómo algunos pueden llegar a hacer tanto daño. Y amando tanto a un hijo, para un padre es muy difícil aceptar que le estás haciendo daño. A veces porque aplica, de manera mecánica, los métodos que le aplicaron a él sin haberlos cuestionado. Otras, porque aunque su intención claramente es buena, el resultado puede ser terrible como cuando por exceso de amor sobreprotegemos o controlamos en exceso a los hijos. Este tipo de conductas pueden hacer adultos indefensos e inseguros.
De las personas que más queremos es de quien más tomamos en cuenta las opiniones. Cualquier comentario o gesto de nuestro padre o madre, va a calar profundamente, sobre todo en la niñez y la adolescencia que es cuando nuestra seguridad y nuestra autoestima, se están formando. Un día malo de un padre o una madre en el trabajo puede hacerle reaccionar agresivamente ante un pequeño error del niño y decir cosas a un hijo que se quedan grabadas de por vida. Sobre todo porque después de este evento no nos disculpamos.
Nadie te enseña a ser padre pero sí podemos identificar en nosotros mismos qué cosas nos ayudaron y qué cosas nos hicieron daño, no con el fin de utilizarlas como reproches sobre nuestros padres, sino como aprendizaje para enmendarlas y no aplicarlas en nuestros hijos. Más que lo que te hacen es quién te lo hace y a la edad que te lo hacen. Si fuéramos conscientes de cómo impactan los eventos en los niños, todos cuidaríamos más su infancia. Esto no quiere decir que si tuviste una infancia difícil tienes una sentencia de infelicidad, esto no pasará siempre y cuando seas consciente de ello podrás cambiarlo.
Es un fragmento de mi libro Detox Emocional.