«Bueno, un pedazo más y ya.»
Llevas 4 triángulos de pizza y ya sientes que tu vientre se ha inflamado pero no resistes el deseo de comer uno más. Cuando decidiste que esa sería tu cena de esta noche, no fue pensando en los aportes nutricionales que te ofrece. Lo hiciste porque a tu mente llegó la imagen de esa masa crujiente con extra queso y pepperoni que tanto disfrutas con cada bocado. Hoy, como tantos otros días que son responsables de esos centímetros de más en tu cintura, no estás comiendo por hambre, lo haces por placer.
Apetito hedónico es el término que se utiliza para referirse al deseo de comer por gusto. A diferencia del hambre, que es una necesidad fisiológica que se experimenta como respuesta a un déficit de energía y nutrientes en la sangre, el apetito hedónico involucra sabores, olores, aspecto y otros estímulos relacionados con los «antojos». La sensación de hambre disminuye con la ingesta de alimentos y es sustituida por la de saciedad. El apetito hedónico puede prolongarse aunque ya estemos satisfechos, pues está ligado con la palatibilidad, es decir, el gusto por determinados alimentos. Recientes estudios han demostrado que este apetito eleva los niveles de grelina y compuesto 2-AG. Estas sustancias hacen que ignoremos las señales que nos indican que hemos comido lo suficiente.
No hay algo de malo en sucumbir de vez en cuando al apetito hedónico. El problema aparece si se vuelve una costumbre, especialmente porque lo que se antoja suelen ser alimentos ricos en grasa o azúcares. Rara vez escucharás que alguien tiene un deseo imperante de comer calabazas. Recuerda que la obesidad no es una cuestión de estética, es un asunto de salud. Cuida tu alimentación y haz ejercicio con regularidad.