-¡Buenos días, mi amor! 

El amor empieza (o acaba), el día que tu pareja se despierta y aún con la cabeza en la almohada se voltea para saludarte. Tú sientes que la bocanada te atraviesa hasta los ojos y sabes que esa sonrisa que esbozaste era más bien un gesto para devolver la nausea que te subió hasta la garganta. Le adoras pero no puedes evitar pensarlo: así debe oler un hipopótamo muerto después de tres días.

Empiezas a planear una estrategia para llegar al acuerdo de no pronunciar ni pío hasta que cepillo y pasta hayan descongestionado la zona, pero mientras tanto pasas por alto el detalle. ¿Por qué? Porque te pasa lo mismo. A ti y a cualquier otra persona. El mal aliento matutino es algo de lo más común que tiene poca relación con los hábitos de higiene bucal. Así te laves perfectamente la boca antes de acostarte, al despertar no habrá ni rastro de ese olor a menta y más bien emanará un buqué bastante fétido. ¿Por qué?

Las millones y millones de bacterias que viven en tu boca pasan el día entero descomponiendo aminoácidos, proteínas, azúcares y otras sustancias que se encuentran en los restos de comida. Este proceso produce compuestos volátiles sulfurados que se convierten fácilmente en gases olorosos. Algunos de ellos y su peculiar aroma:

  • cadaverina – cadáver 
  • ácido sulfhídrico – huevo podrido
  • metanotiol – materia fecal
  • trimetilamina – pescado en descomposición

El mal aliento es la combinación de estos y otros desagradables olores así que imagina la bomba que emana de nuestra boca. Pero entonces, ¿por qué no tenemos mal aliento todo el día?

Todo se lo debemos a la saliva. Este fluido que de baboso solo tiene el nombre, es el encargado de eliminar tanto los restos de comida como las bacterias, para impedir que se consume el amorío. El asunto es que la producción de saliva disminuye cuando estamos dormidos, situación que los microorganismos aprovechan para adueñarse de la noche y hacer su fiesta. Si a eso le sumamos que pasan la noche contenidos ya que generalmente dormimos con la boca cerrada, imagina la intensidad con la que salen cuando por fin la abres.

¿Una buena noticia? Los seres humanos nos adaptamos más fácilmente a los olores repugnantes que a los agradables así que si sobrevives la prueba del buqué, tu relación irá por buen camino.