Cada vez son más los estudios que asocian la ansiedad a padecimientos físicos. Un estado constante de ansiedad agota nuestro sistema inmune, que es el que nos protege de las enfermedades. ¿Te ha pasado que después de una situación muy difícil te enfermas? ¿Te extrañó? Merece la pena mencionar que cuando tenemos ansiedad, nuestras glándulas suprarrenales liberan cortisol, la hormona que nos prepara para la acción, ayudando a liberar azúcar en la sangre. Éste es un mecanismo que tiene tu cuerpo, pero cuando la amenaza ha desaparecido y tu organismo deja de estar en alerta, aparece la debilidad acumulada y tu sistema inmune que pudo con esa “batalla emocional” con la que tuvo que lidiar, está tan débil que no tiene fuerzas para luchar con otras infecciones. Las personas que tienen herpes labial, fuegos o calenturas, tienden a padecer un brote después de un estado de ansiedad prolongado. El virus que está latente en el cuerpo aprovecha la debilidad del sistema inmune para emerger con mayor fuerza.

También está comprobada la asociación entre ansiedad y problemas cardiovasculares, incluidos ataques al corazón e hipertensión. Los dolores de cabeza, cefaleas tensionales o dolores de espalda, también pueden ser causados por niveles altos de ansiedad. Cuando estamos ansiosos, nuestros músculos tienden a contraerse, presionando nervios o permaneciendo rígidos durante mucho tiempo.

Quién no ha oído decir, “tengo mariposas en el estómago” o “se me hizo un nudo en el estómago”. Nuestro estómago está fuertemente conectado con nuestras emociones y nuestro sistema de huida, defensa o ataque.  Cuando siente que hay algún peligro se cierra y en ocasiones abre esfínteres, para sentirse más ligero y poder lidiar mejor con esa situación amenazante. De ahí que haya gente que padece diarrea cuando se pone nerviosa. Esto es una respuesta física a un estado emocional.